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El peronismo durante la Revolución Libertadora (página 2)




Enviado por Wertheimer Marina



Partes: 1, 2

Los motivos esgrimidos por éste y por sus
seguidores para justificar el derrocamiento a los nacionalistas
eran que si el objetivo de la
Revolución
Libertadora había sido democratizar a la sociedad
(desperonizar a las masas) y reeducarla para insertarla en un
modelo
republicano, desvirtuado por la "tiranía" de Perón,
ilógico era seguir con las prácticas peronistas
(por más de que el líder
estuviese desterrado), tal como lo estaban haciendo los
nacionalistas. Más allá de esta explicación,
había otros impulsos: reordenar la sociedad y la economía en favor de
una democracia
liberal. Ciertamente, las prácticas del estado
intervencionista y benefactor estaban caducando mundialmente y
las economías que se habían cerrado durante la
guerra y la
posguerra, se reabrían. Localmente, había una
conciencia
generalizada en los sectores dirigentes de la necesidad de la
apertura y la modernización (ya en los últimos
años de Perón). El problema era cómo. Para
el empresariado –local y extranjero– esto
debía realizarse reduciendo la participación de los
trabajadores en la renta nacional y en la política, minimizando
el poder de los
sindicatos y
el poder que los trabajadores habían alcanzado en la
década anterior.

De este modo, Aramburu asumió como presidente
provisional (ya que luego reabriría el juego
democrático, una vez saneada la democracia y la ciudadanía). Decididamente antiperonista,
el nuevo gobierno
intervino la CGT –que quedó controlada por
interventores militares antiperonistas– y los sindicatos;
disolvió el partido peronista e inhabilitó a sus
integrantes a obtener cargos en la administración
pública; proscribió a toda una
generación de dirigentes gremiales peronistas
–quienes habían ocupado cargos representativos entre
1952 y 1955–. También se disolvieron todas las
comisiones internas de delegados en las fábricas. El
proyecto de
las autoridades era "limpiar" los sindicatos para más
tarde llamar a elecciones gremiales y que subieran figuras
"democráticas". Quisieron imponer un sistema de
afiliación y representación sindical
múltiple, a diferencia del sistema de
representación única y centralizada
dentro de los sindicatos que favorecía la
mayoría peronista.

Patrones y gerentes comenzaron a recuperar la autoridad
perdida en las plantas; las
convenciones colectivas fueron suspendidas.

El gobierno provisional en su objetivo de erradicar el
peronismo de
la vida obrera y sindical, utilizó métodos de
lo más violentos, también dentro del
ejército mismo. Un claro ejemplo de esto fue el
fusilamiento en un basurero de José León
Suárez de seis militares peronistas sublevados contra el
régimen, situación conocida como
Operación Masacre.

En 1957 llamó a elecciones constituyentes, con el
fin de redactar un texto
constitucional que reemplazara la constitución peronista. El sistema de voto
utilizado fue estratégico: para minimizar la fuerza de
partidos neoperonistas y potenciar la influencia de las
minorías. Luego de la frustrada Convención
Constituyente quedó demostrada la incapacidad de los
partidos
políticos para ponerse de acuerdo y para competir con
el peronismo que, si bien proscrito legalmente, demostró
su poder en el alto porcentaje de votos en blanco (24%).
También quedó signado el fracaso de la
Revolución Libertadora en el intento de lograr un
régimen político basado en los partidos y en el
fortalecimiento de los mecanismos parlamentarios.

La industria
argentina forjada a partir de la década del ’30
–y sobre todo a partir del ’43– estaba
caracterizada por fábricas con comisiones internas con un
gran poder sobre el proceso
productivo. Éste era considerado como un obstáculo
para la racionalización y el incremento de la productividad
imperantes en la época pos-peronista. De ahí muchas
de las medidas tomadas por la Revolución Libertadora, para
intentar limitar esta participación. Pero este intento no
le fue fácil.

Como ya señalamos anteriormente, el gobierno de
Lonardi tuvo intenciones de pactar con el sindicalismo
peronista. Esto queda demostrado, por ejemplo, en la licencia del
gobierno de dejar a dirigentes peronistas (Natalini, Framini)
permanecer en la cabeza de la CGT. La CGT, por su parte, no
adoptó una postura agresiva contra el jefe no peronista,
más bien, intentó adaptarse a la nueva
situación. A pesar de esta actitud
dispuesta a "transar", las bases peronistas, los militantes,
ofrecieron una dura resistencia
espontánea instintiva y, en palabras de James,
"acéfala", ante una dirigencia que no se mostraba
fiel a Perón. Una situación muy ilustrativa fue la
fecha simbólica del 17 de octubre, cuando contrariamente a
la orden dada por la cúpula de la CGT de que éste
debía ser un día laboral
más, numerosos trabajadores peronistas se ausentaron a sus
puestos de trabajo. El
control que los
sindicatos ejercieron durante éste período sobre
sus afiliados fue muy limitado; constantemente iban perdiendo
autoridad, mientras las bases veían cómo los
líderes no podían poner fin a los ataques contra
los sindicatos.

Una vez depuesto Lonardi, la ofensiva antiperonista
aumentó, llegando al nivel del trabajo mismo, en las
plantas. Ya mencionamos las medidas que se tomaron en la
administración Aramburu en relación al
sindicalismo y al movimiento
obrero para concluir con la influencia peronista y para cumplir
con los proyectos
empresariales sobre productividad y racionalización. Es
sabido que su objetivo de celebrar elecciones
"democráticas" en los sindicatos (luego del periodo de
"purga") fracasó.

La cultura fabril
cimentada y cultivada durante el período pre ’55
ofreció una fuerte resistencia frente a los ataques de
sindicatos y las condiciones fabriles. Fue el fenómeno
denominado como La Resistencia. Se desarrolló en
comités de base extraoficiales, agrupaciones
semiclandestinas y consistió en formas de accionar que
comprendían sabotajes, huelgas, negativa a cooperar,
trabajo a desgano (en concordancia con las directivas enviadas
por Perón a través de su delegado personal, Cooke).
La resistencia confirmó la preeminencia peronista en la
clase obrera.
Es que con los ataques a las comisiones internas, sólo se
reforzaba su identificación peronista y la añoranza
de un pasado mejor. Pero la resistencia no se llevó a cabo
solamente en las bases, sino también en vastos sectores
politizados –y algunos de ellos, además,
radicalizados– de la sociedad. Finalmente las autoridades
militares terminaron por reconocer los comités no
oficiales. En 1956 el gobierno convocó a elecciones para
reconstruir las comisiones internas. Contrariamente a las
expectativas de los interventores militares, en la mayor parte de
los sindicatos fueron elegidos representantes peronistas; ni
comunistas ni socialistas obtuvieron considerables sufragios. En
sindicatos donde los interventores imposibilitaron la
realización de comicios libres, los comités no
oficiales, y de acuerdo con las órdenes que desde el
exilio proclamaba Perón, organizaron campañas de
"voto en blanco".

A raíz de las vacantes que habían dejado
los dirigentes sindicales proscriptos por la Revolución
Libertadora, surgió una generación de nuevos
líderes, nacidos de la lucha democrática
espontánea en las plantas, de la resistencia, por lo tanto
hubo una estrecha identificación entre los militantes de
base y los nuevos líderes, que se reflejó en una
mayor democratización de la práctica sindical, con
muy poca estructura
burocrática formal. En 1957 los gremios normalizados
crearon una Comisión Intersindical, cuyo fin era
reestablecer todos los sindicatos, la CGT, elecciones libres;
gracias a ella se alcanzó cierta coherencia en la
organización del peronismo en el ámbito
sindical, confirmado en el congreso normalizador de la CGT, ese
mismo año, luego del cual los socialistas y demás
fuerzas antiperonistas se nuclearon en la rama de sindicatos
conocida como los 32 Gremios Democráticos. Los sindicatos
que se quedaron en el congreso formaron las 62 Organizaciones
(principalmente peronistas ya que el comunismo se
apartó pronto). Las 62 organizaciones fueron la primera
expresión institucional y legal del peronismo
después de 1955; también fueron el símbolo
institucional de la división peronismo-antiperonismo. Las
62 organizaciones fueron un instrumento del peronismo para
presionar al gobierno tanto desde el propio ámbito
sindical como desde la esfera política más general,
ya que el sindicalismo fue la representación del proscrito
peronismo, también en la política. De esta manera
podemos afirmar el fracaso de la Revolución Libertadora en
su intención de erradicar al peronismo de las bases y de
la conducción sindical. El peronismo no fue borrado por la
simple proscripción del líder, quien seguirá
influyendo –desde el exterior– en el escenario
político también durante los años siguientes
a esta "semidemocracia" (que seguirá siendo "semi" porque
pese a las elecciones por medio del sufragio
universal que se celebrarán en 1958, el peronismo
continuará siendo ilegal, dejando sin
representación política a la mayoría de
clase popular).

Conclusión

Para concluir examinaremos el alcance de los objetivos
planteados por la Revolución Libertadora relativos al
peronismo. Resulta importante recalcar una paradoja: que si bien
una de las finalidades del gobierno "revolucionario" fue terminar
con el creciente autoritarismo de la última etapa
peronista, éste termino siendo mucho más
autoritario aún, abandonando por el camino sus ideales de
democratización.

Podemos sostener que efectivamente la Revolución
Libertadora triunfó en su objetivo de proscribir a
Perón durante una década, tal vez incluso en otros
objetivos de la política
económica (que exceden el propósito de análisis del presente trabajo), pero de
ninguna manera consiguió desterrar al peronismo de
la sociedad. Solamente se acentuó durante este
período el antagonismo peronismo-antiperonismo. Lo que es
más, con el líder en el exterior se creó el
"mito del
retorno", que le dio un nuevo impulso al peronismo en la sociedad
y en las bases obreras, melancólicas de un pasado mejor,
motivando la resistencia. Además, la ausencia de
Perón le otorgó una aptitud nueva a los
líderes sindicales peronistas: la capacidad de negociar
con actores políticos no peronistas, partidos,
asociaciones empresariales y militares. La Revolución
Libertadora también falló en su proyecto de
desplazar al peronismo de la dirigencia sindical: el poder del
movimiento sindical se amplió (más que reducirse,
ya que con Perón en el exilio tuvo más libertad y
margen de acción); con medidas como el
encarcelamiento de todos los que habían sido dirigentes
gremiales durante la década peronista no llegó a
nada ya que los nuevos dirigentes terminaron siendo
también peronistas; tampoco consiguió su objetivo
con el sistema de representación múltiple
–dentro del sindicalismo– ya que, como afirmamos
reiteradamente, éste continuó siendo peronista
(ayudado después de 1958 por Frondizi que, siguiendo una
línea integracionista, volvió al sistema de
negociaciones colectivas basado en sindicatos nacionales
centralizados, derogando el decreto 9.270 del gobierno
militar).

En 1957 y acosado por la creciente oposición
política y sindical, el gobierno provisional debió
comenzar a organizar su retirada y cumplir con su promesa de
elecciones democráticas.

De todos modos, aunque en estos años no se haya
logrado disminuir la participación del peronismo en la
política ni de las clases trabajadoras que este movimiento
representa, hay que recordar que ya habrá otras
oportunidades, que ésta es sólo una etapa
más, dentro de toda la historia
argentina que no parece ser sino la historia de la puja entre
los sectores reaccionarios y el campo popular.

Bibliografía

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transición del Estado al mercado en la
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, Buenos Aires, Fondo de
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Tcach, César Golpes, Proscripciones y Partidos
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, en "Nueva historia argentina" Tomo IX,
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Wertheimer Marina

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